Mía.
Estás aquí perdida la mirada,
temblorosa la voz,
con la alegría de sentirte amada
y la tristeza de no darte en flor.
Yo que dejé mi vida abandonada
por no querer vivirla sin amor,
hoy la miro convulsa y estrechada
entre tus brazos y tu corazón.
¡Estás aquí mujer tan esperada!
Tu juventud, mi juventud cansada,
la angustia de los dos
ardiendo en una sola llamarada...
¿Qué puede darnos el amor de Dios?
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