jueves, 8 de junio de 2023

Anécdota revolucionaria de mi papá.

 Sí, me gusta más, en este caso, usar la palabra papá para referirme a él. Bien, en ese tiempo mi papá trabajaba en una hacienda en Noe, Dgo., y una noche llegaron dos jinetes y muy educados le pidieron que les vendiera algo de comida, mi papá les dijo que no tenía, pero aún podía hablarle a la cocinera, los hombres estuvieron de acuerdo, uno de ellos salió de la "casa grande" y el otro se quedó platicando de trivialidades con el otro.

Poco después llegó el otro y viendo a su compañero le hizo una señal de asentimiento con un movimiento de cabeza y se dirigió a mi papá que había salido para hablarle a la cocinera y cuando se preparaba, uno de ellos dijo:

-Oiga, y sonriendo dijo: Oiga, nomás, que vienen otros tres, pero le pagaremos bien.

En aquellos años no había electricidad y fue así que vio a uno alumbrando con una lámpara de petróleo y entraron a la cocina otros tres y saludaron sonrientes, pero mi papá se quedó helado al ver que le sonreía y tendía su mano, nada más y nada menos que a Pancho Villa quien tras la toma de Columbus, huía del ejército de Estados Unidos que se permitió la búsqueda del famoso revolucionario

Terminaron de cenar Pancho Villa le dejó unas monedas -que nunca gastó-como pago por la cena y, además, unas latas con etiquetas en inglés y así fue como mi papá conoció a Doroteo Arango y probó comiendo por primera vez de las latas.

(Puede haber contradicciones al respecto, pero mi papá era muy ameno con su plática)


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