Crecen dentro de mí todas las espinas.
No tengo en el alma
la exuberancia tropical,
ni en los acantilados de mi corazón
revientan las olas del mar.
Sólo tengo aridez, pero aún así
crecen, humildes,
los espinosos arbustos
que guardan en su aparente sequedad
la savia que los mantiene vivos
resistiendo inclemencias,
se nutre con veneros subterráneos
que manan de la escondida fuente
que hay en lo más profundo de mi ser
¡la esperanza!
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Ven, espera no te vayas.
A pesar de mi invierno
aún queda fuego bajo la nieve del tiempo,
todavía puedo abrigar tu vida.
Mis ajadas manos pueden hacerte vibrar
y te sabré despertar, con profunda ternura,
momentos de inmensa dulzura.
Ven, espera, no te vayas
no dejes que me hunda en el abismo
de terrible soledad y amargura.
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