Como era su costumbre, don Carlitos llegó a su banca en la Plaza de Armas de mi San Pedro, colocó cuidadosamente su cajita para dar toque y sacó su "chiva" de tabaco para hacer su cigarrito, lo encendió y le dio una profunda fumada, exhaló el humo y luego, cortésmente, me saludó. Platicamos unos minutos de lo cotidiano hasta que llegó lo que yo esperaba: una anécdota y esta vez no fue de la revolución y tras una fumada dijo:
-Pos una vez se me apareció el diablo "ai" por el rumbo fe "Benavides" -daba una fumada y comenté:
-Híjole, el susto que debe haber sufrido!
-Noo -respondió haciendo un ademán de desprecio. Qué miedo ni que la fregada, saqué mi "riata" y lo lacé y me lo traje a cabeza de silla.
-Ah! -exclamé y pregunté- Y dónde lo tiene.
Con voz que denotaba cierta decepción o incapacidad, agregó: -Pos no crees que cuando íbamos llegando a la estación, ¡me quemó la riata y se jue corriendo por entre los mezquites!-y movió su cabeza lentamente como cuando se nos frustra algo.
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