En las postrimerías de la vida aún grito ¡te amo!
La daga del tiempo rasga mi piel y mis entraños,
sólo el corazón sigue indemne y es el que me hace sufrir.
Siempre ha sido así y nunca me acostumbré,
no he podido hacer de mi mal un hábito, mi mal es congénito.
He caminado por todo tipo de senderos; he llegado a lo más profundo,
conocí el tormento del averno y salí por este mal que siempre
me acompaña; el amor.
Hermoso mal!
Qué contradicción, si es hermoso no es un mal, es un bien;
una virtud que me condena.
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