domingo, 11 de agosto de 2019

Mi hija.


Siempre me han gustado las flores y quise ser jardinero.
Cuando la tierra fue propicia la cultive con esmero y brotaron flores de todos colores.
Hubo rosas, jazmines, violetas; también aprecié la belleza de las flores silvestres, siempre he amado al desierto y después de una tormenta veraniega goce de los botones del cardenche, el ocotillo, la policromía de las flores de las cactáceas; la enhiesta arrogancia de los candelabros de los magueyes en floración.

Todas se han marchitado, algunas fueron llevadas por los vendavales perdiéndose en el horizonte del tiempo; pero, afortunadamente, aún queda una que ha permanecido inmarcesible e inmaculada, aferrada al cenagoso arroyo de mi vida y que embellece con su luz el crepúsculo de mi atardecer.

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