En el glorioso Ateneo Fuente, uno de los grandes maestros (todos lo fueron) era "El Chato Severiano", un señor sesentón, un tanto obeso, muy serio y excelente maestro. Entró al salón, subió a la cátedra a impartir su clase, pero traía el pantalón con el cierre abierto y había una chica en primera fila. Todos sonreíamos por lo bajo y la chica nerviosa; finalmente levantó su mano con cierta timidez y le dijo al Chato:
-Maestro, trae el pantalón desabrochado y se le ve.
Claro que se refería a que traía el pantalón abierto, pero aún lo cubría la camiseta y la camisa. El Chato, inmutable, llevó sus manos para abrocharse al tiempo que le decía a la chica:
-Dichosa tú que lo ves, yo hace veinte años que no me miro.
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