La fresca monotonía de la llovizna
refresca y humedezca el páramo;
mis manos reverdecen
y retoñan deseos;
retoños que no florecerán,
el árbol es demasiado viejo,
pero neciamente insiste.
Un cuervo se posa en una de mis ramas
y croscita diciéndome:
¡Bien aún no mueres!
Sigues siendo mi apoyo
y mi refugio.
Soy ave de mal agüero,
sin embargo me sostienes
¡cómo me haces falta!
Y yo, el árbol, me alegro,
porque yo también lo necesito.
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