Desprovistos de alas y de penacho, los caracteres mediocres son incapaces de volar hasta una cumbre o de batirse contra un rebaño. (...) Nunca llegan a individualizarse: ignoran el placer de exclamar ¡yo soy!, frente a los demás. (...) Así medran. Siguen el camino de las menores resistencias, nadando a favor de toda corriente, y variando con ella; en su rodar aguas abajo no hay mérito: es simple incapacidad de nadar aguas arriba. Crecen porque saben adaptarse a la hipocresía social, como lombrices en la entraña. (...) Carecen de luz, de arrojo, de fuego, de emoción. Todo es, en ellos, prestado.
Los caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad nadando contra todas las corrientes rebajadoras. (...) Frente a otros se les reconoce de inmediato, nunca borrados por esa brumazón moral en que aquéllos se destiñen. Su personalidad es todo brillo y arista:
"Firmeza y luz como el cristal de roca"
(El hombre mediocre. José Ingenieros.)
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