Los dedos se deslizan ajenos al artista,
parecen entes separados
y van desgranando la esotérica escritura
convertida en sonido armónico.
Flota invisible y va invadiendo al espíritu
como copas de licor que van embriagando
deliciosamente.
La reacción no se hace esperar
y aparece mostrando el yo interno,
el que está bajo la máscara y el disfraz.
Música y vino desnudan el alma
y se muestra auténtica, animada
por la complicidad de la noche.
La euforia o la melodía o la tristeza
encuentran sus semejantes
y conviven en franca y hermosa armonía.
Todo se esfuma y desaparece
cuando llega, inoportuno, el día.
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