No sé quién trajo una maceta a mi casa. No hice caso ni le di importancia, pero -cosa rara- llovió y a los pocos días unos brotes comenzaron a surgir de la tierra de la maceta, así que la regué al día siguiente.
La plantita creció con las esmeraldas de sus hojas y luego la maravilla ¡una flor!... y otra... y otra y una más. Son flores pequeñitas, pero como todas las flores, muy hermosas.
Vi sonriente cómo habín brotado aquellas flores, no sé quién las sembró, probablemente venían en la tierra con que llenaron la maceta.
Qué hermoso es asomarme por la ventana y ver en el pequeño patio de mi casa aquel recipiente de barro cubierto de hermosísimas flores y me quedo contemplándolas con verdadero deleite.
Me acerco para verlas mejor, para observarlas detenidamente y me asombro con la maravilla de aquellas florecitas.
Un día vino una señora que sabe de jardinería, fui por mi maceta y se la enseñé orgulloso.
-Mire qué belleza! -excalmé mostrándole las flores.
-De veras que son hermosas -dijo pasando delicadamente sus yemas sobre los pétalos.
-¿Sabe cómo se llaman? -pregubté interesado. Ella sonrió,asintió con un leve movimiento de cabeza y dijo:
-Son pensamientos.
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