En la banca de piedra, bajo la fronda de los vetustos árboles, mirando haciael kiosko donde juegan unos niños los viejos sonríen con ternura recordando cuando ellos, a su vez, también jugaron en él.
Las parejas de enamorados los ignoran, para ellos son como fantasmas, pero para los viejos son imágenes de su propia juventud.
Semiran entre sí y se guiñan, pícaros, un ojo y sonríen comprensivos.
Los vo y qué gusto me da que me reconozcan. Nos estrechamos efusivamente las manos y me hacen un lugar para charlar un rato... ¡cómo los envidio! pero el destino nos hizosalir en busca de otros horizontes y ahora me pregunto ¿para qué? Aquí pude haber hecho lo que hice en otra parte y no me sentiría nostálgico de mi terruño.
Aquí siguen viejos amigos -ahora amigos viejos- y recordamos y nos reímos, pero jamás lloramos... no ahora. Uno de ellos pregunta:
-Alguno de ustedes se acuerda cuando elevaron a San Pedro al rango de ciudad?
-¡Np! -contestamos a coro. Luego comenta tranquilo:
-Bueno, entonces no estamos tan viejos.
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