Un sapo ventrdo croaba en su pantano cuando vio a una luciérnaga resplandecer. Pensó que ningún ser tenía derecho a lucir cualidades que él no tenía. Mortificado, saltó hacia ella y la cubrió con su vientre helado. La inocente luciérnaga le preguntó: "Por qué me tapas? Y el sapo, congestionado por la envidia, sólo acertó a interrogar a su vez: "Por qué brillas?
Siendo la envidia un culto involuntario del mérito, los envidiosos son, a pesar suyo, sus naturales sacerdotes.
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A pesaar de sus temperamentos heterogéneos, el destino suele agrupar a los envidiosos en camarillas o en círculos, sirviéndoles de argamasa el común sufrimiento por la dicha ajena. Allí desahogan su pena íntima difamando a los envidiados y vertiendo toda su hiel como un homenaje a la superioridad del talento que los humilla.
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Profe, muchos utilizamos despectivamente el adjetivo "mediocre", pero ¿no se refiere esta fábula más al envidioso o al mezquino, que a la persona promedio, que no necesariamente se siente infeliz con el brillo, talento o fortuna de otros? Saludos!
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